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Catorce de febrero.

Pasamos catorce de tus febreros, apuñalandonos con botellas de vino, con palabras y poemas, sangrando y derramando la tibieza de nuestro ser. La neblina se derramaba sobre el asfalto, se enredaba cálida entre tus botas y jugaba traviesa con mis tobillos. Las curvas giraban y se repetían y nosotros las seguíamos, buscando el momento perfecto para detenernos. Me mojabas con el rocío de la madrugada, me dejabas capas ligeras sobre la piel, de tus estrellas, de tu saliva. Yo seguía tus destellos amarillos, a veces blancos, a veces de luna, a veces la llama roja de tus velas, el humo de tus inciensos. Nos hicimos sobre la carretera, con lineas blancas, con neblina brumosa, espesante, cariñosa, juguetona. Con la noche fresca, tus manos calientes, tu respiración agitada. Las luces me cegaban, brillaban en la atmósfera, la noche nos regalo miles de oportunidades, la neblina nos cubrió y nuestras sombras se amaron igual que tu y que yo.

Amanece.

Me encantaría llegar a casa por las noches y que estuvieras esperándome para tomarnos una copa de vino, fumarnos un cigarro y comernos a besos. Negarnos las palabras y llenarnos las caricias, olvidarnos del mundo tras las puertas e inflamarnos el alma con suspiros. Me encantaría no tener que extrañarte y tenerte conmigo todo el tiempo de mi existencia para no sentirme sin ti, para que no me duela, para olvidar el frio y lo triste que se hace mi vida si no estas aquí. Me encantaría amor mio que todo fuera fácil y sencillo fuera de la realidad, dentro de ese mundo nuestro que creamos poco a poco hasta perfeccionarlo a nuestro gusto y placer. Me encantaría comernos el cielo, volar por el mundo, quitarnos los miedos, cumplirnos los sueños. Amanecer todos los días a tu lado como en aquellos afortunados en donde el tiempo nos sobre pasa y se termina pronto, mas pronto de lo que yo quisiera, hazme de tu vida eterna, dejame tenerme un solo amanecer mas.